viernes, 17 de febrero de 2012

Soy parte de una generación que creció sin ídolos...



Soy parte de una generación que creció sin ídolos. Crecimos sin líderes que nos tiren una soga, que nos marquen un camino de lucha. Nuestra generación no tuvo a Martin Luther King, un Che Guevara. Nos enseñaron a pensar que no hay una revolución inminente, palpable. Estamos asediados por la desinformación mediática, corrosiva y manipulada por empresas y corporaciones. La guerra y la pobreza son costumbre. Irak. Libia. Palestina. Pakistán. Guerras. Haití. Chile. Japón. El Proyecto HAARP. Desastres naturales. Nuestros valores los creó Tinelli. Nos educó Toti Ciliberto. Nuestras abuelas miran a Mirtha Legrand y a Susana Giménez. Almorzamos y cenamos mierda. Mamamos la leche agria del fetichismo y la farandulización. Hay luchas que son mínimas y corren el riesgo de la represión; pero también hay otras que son minimizadas y diluidas por la desinformación. A Pocho Lepratti lo fusilaron, lo cagaron a tiros. Tenemos mártires de telgopor, muertos que fueron víctimas de la desesperación y de la negligencia. Carlos Fuente Alba, Mariano Ferreyra, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, carne de cañón para los fusiles del Neoliberalismo hijo de re mil putas, esa luz asesina que encandila y nos lleva directo al barranco del hambre y la incertidumbre. El periodismo masivo no discute, no informa, no genera alternativas de pensamiento y reflexión. Los diarios y los noticieros reproducen y repiten paranoia. Son serviles al inodoro gigante del Capitalismo. La mayoría de los medios responden a los intereses económicos de quienes generan el hambre. Nos enseñaron a tenerle miedo y asco a los pobres y no a quienes los condenan a ser pobres. Matamos a los que no se pueden defender, a quienes la palabra les falta, a los que no tienen pizarrón y tiza o un plato de polenta.
Nos enseñaron a vivir cargando el egoísmo y la indiferencia como una armadura de hierro forjado que terminará por asfixiarnos. Crecimos pensando que no hay gestos vitales.
Pero la cosa no está tan podrida. El sol ilumina una Wiphala coloreando los Andes de punta a punta. Hay innumerables artesanos de la felicidad.
No sólo hay abuelas que almuerzan mirando a Susana y a Mirtha. También hay abuelas que no paran de buscar –y encuentran- a sus nietos. 

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