sábado, 19 de enero de 2013

Qué loco cómo se dan las cosas...



Qué loco cómo se dan las cosas. Mientras vos escarbabas en el cemento yo arañaba el cielo con las manos, y en medio de noches cubiertas de cerveza negra y de palabras disparadas como misiles, nos encontramos envueltos en mantas de seda y ante nuestros ojos se proyectaban miles de autos y edificios, desiertos y selvas, ríos y mares, besos y llantos. Pero supimos darnos cuenta de que nada es fácil y que nada viene de arriba. El amor es un olor, es un barco de fósforos, una casita de naipes. Mareados por las cervezas, por el humo de los antros, y después por la vertiginosidad de nuestras lenguas y de nuestros labios, comenzamos a vivir como luego de una gran sesión de masajes. Amar tu piel y tu sonrisa de luna en cuarto creciente es caer en una cápsula espacial encendida a miles de kilómetros por hora. Tu espalda de desierto nocturno, mujer de manos de molle, entrar en el misterio de tu cuerpo es nacer, es sumergirse en las profundidades de aguas soñadas, ese sexo tuyo como un xenote de Yucatán. Y tu risa, esa que quiebra por momentos la carretera extensa que une maravillosamente lo intelectual con lo lúdico. Pero ahora sentimos el silbato de un tren, y pronto dejaremos las mochilas en orillas distintas de un mismo mar; vos estarás cubierta de sur, de infinito, de charlas con vos misma y con eso que sólo vos conocés; yo estaré rodeado de murgas, de arenas cantoras y de noches más hondas que el mar. Cuando más te extrañe voy a agarrar los libros como si sostuviera tus manos, y voy a reír.
Y, como siempre, volveremos a encontrar nuestros besos ansiosos en Güemes o en los bares de la Cañada para demostrarle a este mundo loco de remate que un beso puede más que todo el arte del universo.

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