jueves, 7 de marzo de 2013

Aguayo



Mientras De la Sota anuncia dos nuevos casos de dengue, la ciudad se refresca en una típica lluvia estival anunciando un otoño deseado. Y la ciudad, bajo las nubes, se ve cubierta de una espesa frazada de cenizas anaranjadas que protege lo más primitivo de los anhelos, de los sueños fusilados por la mañana.
Y en medio de esa ráfaga, no hago más que extrañarte. Mujer de aguayo y sol, de noche y tierra, quiero vivir abrazado a la fuerza de tus raíces.
¿Sabés lo que es despertar a tu lado oliendo a jazmines recién regados, o respirar el perfume de tu piel como una playa bañada por la lluvia?
La tierra dibuja en tu piel el camino de los siglos, el fruto de la tierra y del trabajo, los colores de las llanuras y de las montañas, de las noches y los ríos.
Y tu cuerpo de cerro inexplorado, de laderas suaves y caídas vertiginosas. Sabés que quisiera tejer con sabiduría ancestral el final feliz de los designios, pero en eso radica la piel: en caminar y recorrer los colores, los aromas y los frutos de lo desconocido, en dibujar sobre telas el amor a tu cuerpo de barro y a tu sonrisa de salar, que es lo mismo que la eternidad.

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