lunes, 13 de febrero de 2012

El frío me araña la espalda entre mates amargos y una radio mal sintonizada...


El frío me araña la espalda entre mates amargos y una radio mal sintonizada. Me tomaría una caña Legui. Reviso libros y leo poemas de mis amigos, y pienso que me hubiese encantado escribirlos yo. Quiero un tablón largo lleno de carne asada y vino, sonrisas y charlas interminables, los Philip Morris y el mini Bic de la suerte. Y te quiero tener conmigo, acá, sentadita en la falda mientras elegimos este jazz que ya suena. Ese cuello blanco que de golpe es cubierto por kilos de pelo negro, ondulado y brilloso. La silla cruje. La siesta de otoño te saca la ropa metida debajo del pantalón, te desata los cordones. Creo que no podría sentir nada por nadie. Sólo calentarme un rato, pasarla bien, como en una ducha de agua hirviendo, como en un asado con amigos. Tengo abierto el mini bar y cerrado el corazón.  Pero a vos te entrego todo. Lo que sabés que ya tenés y lo que no. Por más que vuelva a equivocarme. Por más que después de ese polvo, después de esos besos y mordidas, sólo quede de nosotros un paisaje de bolsas de papas vacías. Aún así te daría. Y te sentaría en la falda mientras elegimos la música. Y si las manos empiezan a transpirar ese sudor frío, mejor. Y que las pieles ardan en la fricción. Que se produzca un nuevo Big Bang entre nosotros. Pero el amor quizá se vuelva sólo calentura, ese amor efímero de bulo, de boliche. Recordando todo eso que fue nuestro. Aún así te daría. Como al mate amargo y a la caña Legui.

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