viernes, 17 de febrero de 2012

La peatonal está oscura...



La peatonal está oscura
y solamente pasan algunos
basureros y canas
barriendo mugre y algunos linyeras.
El basurero silba tranquilo
con su manguera y su escoba,
pero el cana, muchas veces,
actúa como un basurero barriendo
gente como si fuera mugre.
Las persianas metálicas sostienen 
los viejos edificios empapelados de
afiches políticos y con agradecimientos
al Conde Pascual.
De lejos veo la Colón y sus bondis
fantasmales repletos de caras cansadas,
y el olor a podrido sale de esas
rejillitas de mierda que hay en el piso.
Prendo un pucho y de una galería
salen tres putas a manguearme.
Las baldosas negras contrastan con el
cielo naranja
de esta ciudad bombardeada
por los colectivos.
Las bocinas y los baches me llevan
a la puerta del bar.
Cruzo mis piernas y prendo
otro cigarrillo ansioso
mientras espero esa fresca
y sexy cerveza roja.
A ese primer trago le doy un beso apasionado
y miro tranquilo a mi alrededor.
La noche es mía.
De adentro del bar brota
la voz del Indio Solari:
"...algún día / será esta vida / 
hermosa..."
y el humo me hace toser
de tristeza.
Pero la moza que me trae el maní
cambia mi humor de repente.
Me sonríe con esos labios de
helado de dulce de leche
y me mira a través de dos
cielitos enfrascados,
nocturnos.
Se va con el delantal atado en su espalda,
y esas piernas que terminan 
en una manzana de exportación.
Ahora por los parlantes suena 
La Mancha de Rolando, y me dice
"...me gusta estar abrazado /
a mi mujer que es mi dios...",
Y la veo a ella con su rodete y sus aros largos
apoyada detrás de la barra
con su espaldita recta y su pelo atado
desprolijo.
La cerveza roja se me calienta
y el pito también
cuando de repente veo que ella lee
un libro de Cortázar detrás de la barra.
Me bajo el porrón de un solo trago,
apago el pucho y me hago el boludo,
que me estoy re meando.
Salgo del baño con las manos mojadas
y me acerco a la barra a pedirle
otro porrón helado,
esta vez una bock.
Ella sonríe, se da vuelta, le miro el culo,
abre la heladera empañada 
y saca mi birra.
Le pregunto qué lee.
Me dice que Rayuela,
por séptima vez,
y que acaba de terminar
El Evangelio Según Jesucristo,
de Saramago.
La hija de puta me quiere matar,
me va a dar un infarto,
o voy a morir empalado
por mi propia pija.
Sí, lo sé, es muy enfermo que te contagien
de erotismo
con lecturas de Cortázar y de Saramago,
pero lo peor de todo es que ella
manipula el Winamp y pone
Artaud, el mejor disco 
del Flaco Spinetta.
Yo ya estoy masticando el cuello 
de la botella
y le digo que saque un vaso, 
que me ayude a terminar el porrón 
mientras suena "Bajan":
"...además vos sos el sol / 
despacio también / podés ser la luna...". 
Se desata el delantal, se suelta el pelo y me dice:
"tomá la birra tranquilo,
apago las luces, pongo llave a la puerta
y te acompaño con un trago, ya tengo que cerrar".
Quedamos encerrados en ese bar extraño
escuchando Spinetta, solos.
Los hombritos brillan por encima
de esa remerita de cuello amplio,
y el escote deja presumir
un par de ricas tetas.
Charlamos de literatura, de música,
de filosofía, de historia, de antropología,
de periodismo, de kinesiología, de odontología
y de astronomía.
Ocho botellas de bock 
tendidas en la mesa.
Ella dice que le gusta mi pelo
y mis ojos achinados,
y con sus manitos de nube envuelve mi cara
y me consume en un beso
que yo nunca esperaba.
Esos labios con gusto a rock y a biblioteca
me elevan
el alma
y la verga,
y beso sus hombritos brillosos 
ya sin remera
mientras ella desprende los botones
de mi pantalón y juega con
el soldadito de cuero.
"...Y te amo tanto que / no puedo despertarme / 
sin amar...".
Detrás de las oscuras vitrinas del bar apagado
me tira de los pelos y hago lo posible
para meterme más y más
adentro de ella.
La piel suave, la espalda fina, el culito firme
y su entrepierna vertiginosa
son la envidia de Yuri Gagarin,
de Neil Armstrong, del Dr. Spock
y de cualquier astronauta real o de mentira.
La belleza de su carita en trance
y la carne de sus labios
me hacen dar vueltas por
toda la estratosfera.
Ya de madrugada la peatonal huele
a jazmines
y al látex de los forros.
Caminamos despacio por la peatonal que
se despereza con la sonrisa
tatuada en nuestras caras.
Ella me besa la boca con un mordisco final
y se sube al bondi.
Yo encaro por la General Paz esquivando
canas, basureros y puestos de diario.
En las próximas noches
ya sé en dónde sentarme a tomar
esa exquisita bock con sabor 
a rock, a biblioteca y a sexo.

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