lunes, 2 de julio de 2012

Te amo porque amarte ahuyenta la muerte...



Te amo porque amarte ahuyenta la muerte, amándote puedo trascender la idea vacua de la solitariedad, porque ser solo no se corresponde con conformarse a vivir en una burbuja autista rozando el revoque grueso del recelo y el resentimiento. Y te quiero con un amor de padre o de niño, esos quereres inmensos, inconmensurables donde lo único que cabe es la idealización de todos los quereres y la realidad de los momentos que se comparte. Y acá estoy yo y allá estás vos, cubierta de neblinas, de lluvias, de adoquines. Pero acá camino bajo los cables del trole viendo chispazos en las esquinas como pequeños refucilos urbanos. Pero, guarda, no creas que soy tan inocente como para no pensar en tus crímenes, esos que no lo son pero que yo veo como actos de criminalidad porque sé que de alguna manera todo lo que hacés lo hacés para lastimarme, para matarme de a poquito, crímenes que no veo, que imagino, que invento en mi cabeza, pero ese dolor autogestionado sea quizá la manera de tenerte todo el tiempo conmigo, claro, aunque no lo estés, porque nos separan lluvias insalvables, noches y siestas de plomo, y qué carajo importa si escucho Alice In Chains o Spinetta, o si leo a Kerouac o a Fabián Casas, total mi mundo proyectado, ese que vos caminás y que yo imagino, existe al abrir las páginas de un libro o al ponerle play al equipo, estás ahí, vivís en él. Pero pareciera que nada importa, esa sensación de que todo te chupa soberanamente un huevo, de que de un día para el otro uno deja de existir para la frágil memoria sentimental tuya, es que muchas veces extraño tus manos de nidito de pajaritos azules, tu cuerpo luminoso como el banco de una plaza nocturna, la profundidad mística de tu sexo al igual que una selva tropical o que el Titanic a cuatro mil metros bajo el mar. Tus besos de sopapa cósmica, el sabor de tu boca que me absorbe en pequeñas muertes. A pesar de lo que digan todos, me encanta la rutina del amor: los mates, las charlas, las exploraciones subterráneas y subacuáticas de nuestros cuerpos, los nudos bajo las sábanas y la sorpresa constante de saber que cada día nos reinventamos el uno para el otro y tirarse bolas de nieve y posar hojas secas es lo mismo que comerse un chori o que cojer en el baño de un bar o de un cine, o bajo los ligustros del Paseo Sobremonte. Pero vos ya no te tomás el E5 para volver a tu casa, yo sí me tomo el C4 o el trole para volver a la mía. Y te extraño, extraño nuestra rutina de besos con criollitos y mates en la Plaza de la Intendencia, o amarnos con boinas y guantes en las estanterías de Rubén Libros, o bajo los faroles de Güemes y el Paseo de las Artes con sus sahumerios y sus panes rellenos. Por eso te amo, porque mi amor sumado a tu ausencia me hacen ver más allá de lo que soy, mozo, guitarrista, escritor, periodista, ex de muchas cosas y mujeres que me dejan todo el tiempo vaya uno a saber por qué. Pero acá estoy, trascendiendo y ahuyentando a la muerte, que es lo mismo que el olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario