sábado, 10 de marzo de 2012

Como siempre que salgo de la radio...



Como siempre que salgo de la radio,
me pongo el abrigo y prendo un cigarrillo
para caminar bajo las oscuras luces
de Observatorio.
Los perros de mierda ladran tras las rejas
y los choritos dan vueltas en motos
sin luces
viendo quién será el gil o la gila
que volverá a su casa sin mochila o cartera.
Pero el pucho sigue prendido y la Cañada 
me espera con las piernas abiertas
para caminar sobre cualquiera de
sus dos muslos luminosos.
El programa salió mortal
y en mi cabeza resuenan suenan los últimos temas
que seleccioné para que los escuches
desde donde mierda sea que estés.
"Black Dog", de Led Zeppelin, 
y "La chispa adecuada", de los Héroes del Silencio;
temas que condimentaron nuestras noches
de gala en deliciosos banquetes corporales,
secretos y bacanales.
Pero el bodegón me espera abierto
y antes de entrar me prendo otro pucho.
Pasan los bondis y el trole
llenos de minitas hermosas
y, la re concha de la lora, 
te veo en todos lados,
mujer con sentimientos de ultratumba,
enterrados bajo cuatro metros de cemento.
Pero me chupa un huevo
y la mitad del otro
porque en el viejo bodegón me espera
mi media docena de empanadas
y una botella llena de Malbec,
y cuando esté medio en pedo
me voy a ir a Pétalos a ver si levanto algo.
El vino me cacheteó la nuca
y en Pétalos está lleno de guasos, 
una ensalada de huevos.
Ahora trato de activar con una bock helada
y en ese primer trago la vi entrar.
Solo en la barra no me da
para hacerme el pulenta,
entonces voy al baño para verla de cerca.
Ni me registra.
Vuelvo a la barra y otro tema de Zeppelin
sale por los parlantes.
"Since i've been loving you"
y el sonido erótico de la viola de Jimmy Page
le hace cosquillas en el culito, y baila.
Me encantan las minas rockeras, y esta más que ninguna.
Ella se me acerca y me pide un pucho. Me pongo loco.
Le convido cerveza negra y me dice: "la birra negra es la que garpa,
la rubia es para putos". Se ríe y chupa
como se tiene que chupar.
Las amigas se fueron a comprar chicles
y sentados en la barra comenzamos a rozarnos
las piernas y las manos. 
"¡Fuego, mantenlo prendido, fuego!"
Y le doy un besito en el cuello mientras se ríe
por las cosquillitas de mi pseudo-barba.
Con una mano me acaricia el pelo
y con la otra juguetea con el pelado con polera.
El jean ajustado le levanta el orto
di-vi-no
y apretamos como dos cascanueces.
Pero ya es tarde y el patovica nos barre 
como a los vasos del piso.
Afuera la Cañada está sola y despojada,
y yo me voy a bañar en las turbulentas aguas,
pero no las de la Cañada,
en las turbulentas aguas que corren
entre dos hermosos muslos luminosos.

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