sábado, 10 de marzo de 2012

Ella siempre se sienta delante mío...



Ella siempre se sienta adelante mío.
Desde el cursillo de ingreso su perfume
invade mis clases y mi concentración.
Es hermosa, radiante y sensual,
con su pelo atado y sus camisitas
como una Sailor Júpiter universitaria.
Dejó su carrera anterior en segundo año
y yo logré acomodar mis horarios de laburo
para volver a estudiar.
Las clases son hermosas y tienen 
toda la adrenalina de una carrera nueva.
Ella me ceba los mates más ricos
en las clases, las horas libres,
los prácticos y parciales.
Fuma los mismos puchos que yo
y escuchamos las mismas canciones.
Guitarreadas, mates, películas, 
juntadas con compañeros
y varias noches de estudio
compartimos en su departamento
a poquitas cuadras de la Facultad.
Esa tarde nos tomamos ocho termos
de mate con yuyos
mientras preparábamos el práctico 
de ese día.
El viejo cenicero de piedra 
rebalsaba de colillas y en la radio
sonaban temas de Pearl Jam.
Ella se paró y me dijo:
"me re meo, voy al baño".
Yo, con mi cabeza metida en los apuntes,
subrayaba el texto,
me cago en Foucault y en Bourdieu.
Pero ella salió del baño 
con una bata blanca y el pelo
desatado.
Subió el volumen de la radio, 
manoteó los forros que siempre guardo
en el bolsillito de mi mochila
y me arrastró de los pelos hasta su pieza.
Agitada, bajó las persianas
y me sacó
la campera,
el pulóver,
la remera,
las zapatillas
y el pantalón.
Se reía mientras yo me hundía
en la húmeda profundidad de su cuerpo
tibio y avasallante.
Cojimos toda la tarde
y también nos amamos
juguetonamente
como dos leones cachorros.
Perdimos el práctico.
Los mates, los puchos,
la radio al mango
y la amistad puesta a prueba
por nuestra propia carne.
Miles de mates y de criollitos
siguieron en las aulas
y en el parque de la Facultad.
Pero sabemos que para hacer los prácticos
tenemos que juntarnos 
en su departamento
un día antes.

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