sábado, 17 de marzo de 2012

En el bondi, el pendejito del fondo va escuchando Damián Córdoba...



En el bondi, el pendejito del fondo
va escuchando Damián Córdoba al palo
con su celular del orto sin auriculares.
Por suerte me bajo y corro al sótano
para escuchar algo de Spinetta
o de Los Redondos.
Pero la ausencia repentina de puchos
me obliga a salir
antes de poder pedir una botella
de cerveza.
La Cañada y el Bv. San Juan
es un punto neurálgico en el mundo,
un portal abierto a dimensiones
inexploradas.
José vende su librito de poemas
escritos con la tinta densa y oscura
de la calle, por más que no sepa escribir.
Los naranjitas corren a los autos
que se escapan en la distracción
de la noche.
En las veredas los paneles esconden el sueño
de miles de albañiles encalados.
Camino sin cigarrillos.
Los kioscos son confesionarios nocturnos,
oráculos de expendio de puchos, golosinas,
forros y alcoholes fuera de hora.
El delirio social de las camisas Cardón
destellan en la cola de los boliches
inundados de reggeatón.
Córdoba de noche es una ciudad
sitiada por taxistas y basureros.
La cana busca al morochito más donado
para rebajarlo a patadas
en nombre del Código de Faltas
y ganarse un franco
o un par de horas menos
de patrullaje. 
Las birras, el fernet, la sangría
y las ganas de ponerla
brotan de las rejillas subterráneas
del sótano del rock.
La esquina es una trampa mortal
para los estudiantes universitarios.
Malabaristas y músicos callejeros
colorean las sendas peatonales.
La camionetita blanca de la Muni
anuncia que se vienen un par de clausuras
estampadas en fajas blancas y rojas;
la coima hace babear al gordo bigotudo
que gana fortunas con los impuestos sucios de la ciudad.
El olor de la panadería se mezcla
con el de los choripanes,
tentación criolla bañada en vinagre.
Parejas apretando
y pibitos matando sus tucas escondidas
bajo la sombra negra de las Tipas.
Colectivos vacíos y putas a lo lejos
ofreciendo faso, merca y petes,
la comunión de los hijos no reconocidos
del día.
Los bobys se agolpan en la panchería
con sus camisitas de cuellos desprendidos
y juegan a ver a quién le tocó
la lluvia de papas
y la salchicha más grande.
Se me pone la pija dura cuando veo
a dos lesbianas que se besan
sentadas en la Cañada,
huyendo del rumor prejuicioso
de los bares.
El Patio Olmos y la Casa Radical
son una sucursal local
de la Antártida más helada y desierta,
fachadas de telgopor, maquillaje berreta
para la nada misma.
Y camino ya con mis puchos
debajo de los semáforos intermitentes.
Las birras, el fernet, la sangría
y las ganas de ponerla
brotan de las rejillas subterráneas
del sótano del rock.

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