martes, 15 de mayo de 2012

Aceite de oliva...




Aceite de oliva, cebolla, zanahoria, tomate, orégano, arroz, sal, caldo de gallina y azafrán, agua, hervir. Y que viva el papo.
¡Clup! hace el corcho al salir de la botella, apretadito como en un baile de cuarteto, o como en un recital de Viticus en el ex Captain Blue. Ese merlot-malbec me tiñe los dientes con sus taninos y su color rojo-rubí y su sabor redondo con dejo a frutas rojas. Un verso. Los enólogos son los mejores poetas del mundo. Pero la sangre sagrada de la uva refresca mi garganta mientras en la essen hirve el mejor arroz con giladas que se haya hecho en la historia de la humanidad. Y siento el ruido de la cadena cuando salís del baño acomodándote el pelito y la pollera después de mear. Esa pollera te queda hermosa, pero mejor te quedaría mientras te la saco. Y te hago un mimo en la cabeza, tomás un trago de vino y me das un beso con gusto a viñas mendocinas. Con las dos manos agarro tu cara y te beso fuerte, muy fuerte: cachetes, pómulos, la frente, tu boca sonriente. Y tu cuello tiene un perfume único que mi nariz y mi boca quieren descifrar pero no pueden. Tus brazos de rama de espinillo rodean mi cuello y mis manos hacen lo que tienen que hacer con tu pollerita. Nuestras bocas son como dos ventosas incontrolables, y nuestras lenguas el motor primitivo de la existencia. La resaca nos pone más locos que de costumbre. Vos, con tus manitos de lluvia querés abrir el cierre de la carpa. Te doy el gusto. La olla tira humo como loca, la casa está perfumada de especias y los fantasmas giran a nuestro alrededor como en un aquelarre posmoderno y una marmita hirviente de deseo. Los vasos de vino se calientan al mirarnos. La noche se hizo agua en nuestros besos y en las cataratas de nuestros cuerpos. El arroz ya está listo. Mañana veremos cómo salió.

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