jueves, 12 de julio de 2012

No me canso de perder amores...


No me canso de perder amores en las apabulladas calles nocturnas, entre cigarrillos aplastados y botellas de cerveza negra. Y el pobre sentimiento, flaco y hambreado, maltratado por las falsas ilusiones, se escabulle entre las líneas de libros que leí y el asfalto frío de una ciudad pintarrajeada con faroles anaranjados, recitales y las risas de mis amigos.
Las barras de los bares son como altares para las religiones de los excluidos de un Testamento posmoderno lleno de vicios y de lugares comunes.
No me canso de perder amores, de extraviarlos en ciudades lejanas donde la distancia se mide en mails no contestados, solicitudes no aceptadas en Facebook y en celulares muertos. Amores desparramados por todo el mundo, en ciudades inmensas y en pueblos fantasmas.
Pero las barras de los bares, al igual que los kioscos, son confesionarios nocturnos y despojados. De repente, situado en el estanque de mis emociones, algo altera el orden cósmico al que estamos aburridamente acostumbrados, y alguien le propina una paliza a otro, y ese otro reacciona sin medirse, y al igual que en la canción Masacre en el Puticlub, los vasos y las botellas vuelan por los aires junto a los sillazos despiadados que son insultos de madera y pino.
Y más allá de los bares desmantelados y de las veredas de cordones desatados, hay lugares en el mundo donde tengo amores perdidos. Y la noche no los hará volver más que en libros, discos y botellas de cerveza negra.

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