El primer beso de la humanidad se pierde en la
noche de los tiempos, pero puedo ver el mundo renacer cuando mi boca se
posa sobre tus labios de melón recién cortado en un paroxismo de colores
inexplorados. Absorbiendo el universo por los poros, bañados en rayos
ultra violeta o en piletones de iodo. La luz solar tras las hojas de los
árboles que danzan mojando sus raíces en el río fresco. Las risas
lejanas, el olor de los asados, el sabor de los mates y el perfume de
las pieles bajo el sol intempestivo de enero. Y tus besos son como una
rodaja de melón dulce y refrescante, un viaje de ida a los derroteros
más secretos de los cuerpos, de tu cuerpo de playa abandonada, de tus
vertientes místicas y vertiginosas donde la vida fluye y se recrea todo
el tiempo con el sudor y las pieles compartidas. Piernas de algarrobo
que antes de llegar a la copa guardan un nido eterno de luciérnagas.
Y la tarde se hace sombras entre las páginas de un libro abierto y los sorbos de unos mates convertidos en cenizas.
Y la tarde se hace sombras entre las páginas de un libro abierto y los sorbos de unos mates convertidos en cenizas.
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