Soy parte de una
generación que creció sin ídolos. Crecimos sin líderes que nos tiren una soga,
que nos marquen un camino de lucha. Nuestra generación no tuvo a Martin Luther King,
un Che Guevara. Nos enseñaron a pensar que no hay una revolución inminente,
palpable. Estamos asediados por la desinformación mediática, corrosiva y manipulada
por empresas y corporaciones. La guerra y la pobreza son costumbre. Irak.
Libia. Palestina. Pakistán. Guerras. Haití. Chile. Japón. El Proyecto HAARP.
Desastres naturales. Nuestros valores los creó Tinelli. Nos educó Toti
Ciliberto. Nuestras abuelas miran a Mirtha Legrand y a Susana Giménez. Almorzamos
y cenamos mierda. Mamamos la leche agria del fetichismo y la farandulización.
Hay luchas que son mínimas y corren el riesgo de la represión; pero también hay
otras que son minimizadas y diluidas por la desinformación. A Pocho Lepratti lo
fusilaron, lo cagaron a tiros. Tenemos mártires de telgopor, muertos que fueron
víctimas de la desesperación y de la negligencia. Carlos Fuente Alba, Mariano
Ferreyra, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, carne de cañón para los
fusiles del Neoliberalismo hijo de re mil putas, esa luz asesina que encandila
y nos lleva directo al barranco del hambre y la incertidumbre. El periodismo masivo
no discute, no informa, no genera alternativas de pensamiento y reflexión. Los
diarios y los noticieros reproducen y repiten paranoia. Son serviles al inodoro
gigante del Capitalismo. La mayoría de los medios responden a los intereses
económicos de quienes generan el hambre. Nos enseñaron a tenerle miedo y asco a
los pobres y no a quienes los condenan a ser pobres. Matamos a los que no se
pueden defender, a quienes la palabra les falta, a los que no tienen pizarrón y
tiza o un plato de polenta.
Nos enseñaron a
vivir cargando el egoísmo y la indiferencia como una armadura de hierro forjado
que terminará por asfixiarnos. Crecimos pensando que no hay gestos vitales.
Pero la cosa no
está tan podrida. El sol ilumina una Wiphala coloreando los Andes de punta a
punta. Hay innumerables artesanos de la felicidad.
No sólo hay
abuelas que almuerzan mirando a Susana y a Mirtha. También hay abuelas que no
paran de buscar –y encuentran- a sus nietos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario