sábado, 18 de febrero de 2012

París. No voy a escribir de París.


París. No voy a escribir de París. Caminar las calles de Güemes es como caminar en el barro. Veredas rotas, angostitas, uno va esquivando postes y señoras con las compras del súper. La Achával, la Belgrano con su espíritu europeo desvencijado, calles llenas de olor a sahumerios y a panes rellenos; los farolitos y los largos pasillos de entradas a las viviendas. Todos te dicen que Güemes es el San Telmo cordobés, ese barrio que quiso ser de París pero terminó siendo de Buenos Aires y que tuvo una sucursal en Córdoba. Pero no voy a hablar de París, porque es una ciudad que sin vos no existe. Tampoco existe Córdoba, y mucho menos Güemes. El barrio y sus paredones rosados de estilo italianizante, el Paseo de las Artes con su bohemia y su locura, y la Cañada con sus gordas vendedoras de merca y faso. Pero ¿de qué me sirve París si Oliveira se volvió de allá con el corazón destrozado por una tal Maga que tendría que haber nacido en Güemes? Tampoco me sirve este barrio sin tus pasos cortitos, sin tus boinas de París y sin Rayuela bajo el brazo. Ni en pedo me tomo un avión a París, si la idea era comerte a besos y gastarte la piel y los labios en cada rincón, sobre los adoquines, sobre cada puente de la Ciudad Luz recorriendo pasajes cortazarescos y artaudianos. No me sirve Güemes y sus anticuarios si no te espero con el corazón revuelto y un con Cadbury en el bolsillo. El Bv. San Juan, la calle Tucumán, las peatonales... ninguna calle tiene sentido y todas conducen a la nada si tus ojitos de bolita nocturna no miran sus baldosas grises y arruinadas. Y dije que no iba a escribir de París. No quiero París, ni en libros, ni en películas ni en nada, porque la melancolía es mía y la bohemia es de Güemes. Y vos no estás en París ni en Güemes. Tampoco estás conmigo.

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